Fausto Naironi, que en las postrimerías del siglo XVII enseñaba caldeo y asirio antiguo en Roma, describió por primera vez las propiedades del café.
Dice en su libro que, allá por el año 1140, un pastor de Etiopía contó a los monjes de un convento, próximo al lugar donde apacentaba su rebaño, que durante la noche sus animales se dedicaban a saltar de un lado a otro en vez de dormir como de costumbre.
Los monjes pensaron que esto podía deberse a que el rebaño hubiese comido algunas plantas que le produjesen tan extraña reacción.
Los monjes comprobaron que en el lugar donde el pastor había apacentado su rebaño, existía una gran cantidad de arbustos recién despojados de sus hojas.
Recogieron algunos frutos de aquella planta y probaron en ellos mismos el efecto que podían producir, comprobando que ahuyentaba el sueño. Desde entonces, los monjes que habían de pasar la noche en oración combatían el sueño preparando una infusión, hirviendo los frutos de aquella planta. Era la planta que después se llamaría “cafeto”.
La palabra proviene de la lengua turca y árabe, derivada de “Kaffa”, zona montañosa de Abisinia, en donde se llegan a alcanzar los 3.680 metros de altitud, región de clima suave, de suelo volcánico y fértil, de lluvias abundantes que alimentan una vegetación exuberante, a cuya sombra crece el árbol del café.
De las zonas altas de esta región procede la especie original del cafeto de Arabia conocida como “Coffea arábica”.
Sin embargo, el cultivo del café no se ha desarrollado en Etiopía, sino en el Yemen, entre el año 1.000 y 1.300 después de Cristo, donde se cultivó de forma planificada en las terrazas de montañas allí existentes.
Los árabes se apoderaron de la planta de café y la distribuyeron por todo el mundo.
Ya hacia el año 1511, se promulgó una ley en la Meca contra la exagerada asistencia a las “casas del café”.
El año 1550, se abrió una cafetería pública en Constantinopla, que fue cerrada, poco después, por mandato del sultán.
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